El hombre sin recuerdos mira el río y ve que alguien le espía desde el agua. Se apiada sin saberlo de sí mismo cuando una rana cruza por su cara. Regresa lentamente hasta su casa que le resulta extraña. El hombre sin recuerdos va a la puerta cuando abre sin mirar, se da la vuelta. En el umbral sonriente está la madre, suspira mientras mueve la cabeza, le entrega una cajita de bombones y él se da a la perra. El hombre sin recuerdos y su perra caminan por el barrio con la fresca, atada a su cintura la cadena, están de vuelta a la hora de la cena, se quita el pantalón por la cabeza y el resto por las piernas. Su sombra no le sigue a todas partes comparten el Alzheimer y a veces aunque quieren no se entienden. Cuando uno ya está al borde de la nada el otro le sostiene y el hombre con su sombra se entretiene. Al hombre sin recuerdos le llevaron al mismo mar de todos los veranos, el mar le trajo al pie una caracola y le arrimó a la oreja de su sombra. Sobre la espuma blanca de las olas volaban las gaviotas. Al hombre no le gustaban las gaviotas y en un momento que se queda a solas se aleja más nervioso que asustado, camina hasta sentirse muy cansado. Hoy viene en el diario su retrato y él sigue caminando.