(Triste) Déjame, madre, déjame que vaya; me llaman desde lejos los caminos y hay para mí dos alas en la playa que esperan mi inquietud de peregrino. Déjame, madre, ir, tal vez un día regrese, como ayer cantando siempre para borrar tu pena, que es la mía y este enorme cansancio de mi frente. Déjame, madre, ir, y si no vuelvo será porque mi senda se ha perdido a la otra, más grande, luminosa y distante donde vagan las almas de los seres perdidos. Entonces, recordad los pobres versos que yo escribí y que sentiste tanto. Se detendrán mis alas en el viento y empaparé mis alas en tu llanto.