Desde la provincia me vine acá, el cemento duro se me ablandó porque la guitarra tendió su cuerda y salió un sol nocturno que me cantó. Derramé mi voz sobre la ciudad, hice mano diestra en el guitarrear, educó mi sueño la trasnochada y entonces mi boca aprendió a cantar. Gracias, Buenos Aires, quiero gritar con la voz mojada del corazón. Gracias por las cosas que me entregaste y que sueñan ardiendo en esta canción. Porque en Buenos Aires yo te encontré en la magia azul de tu juventud, y mi vientre lleno de mundos nuevos reveló a tu vientre su plenitud. Ojalá que nunca me dejes ir. Acabó la niebla y la soledad: ha llegado el tiempo de amarte entera en días y noches sin piel ni edad.