Soy yo ese rayo negro que partió en dos la sombra alumbrando la boca que ni nombre no nombra. Para herir el penoso silencio donde nada que me concierna suena como otra vez sonaba. Así torcí su oscuro designio de olvidarme y así aplasté en sus sueños el mal de condenarme. Y le entreabrí los brazos con un cuchillo suave hasta llenar su pecho de tumultuosas aves. Y aflojé las verdades de su falso sollozo y me escondí en su vientre -el más urgente pozo- como ganando al tiempo la paz de mi reposo. No bien esa violenta caricia me hizo claro el momento confuso donde se apaga un faro, comprendí que un gran nudo me aprisionó en sus arcos, atándome a mis actos como se atan los barcos. Le fue imposible al río llevarme mar afuera porque el agua no pudo con mi alma prisionera. Y el hallazgo ablandó la presión de mi marcha, tatuándome en el pecho -con agujas de escarcha- un dibujo infinito donde transfigurado para siempre entreví bajo ese rayo airado mi corazón despierto, de nuevo encadenado.