Calzas zapatos de piedra, llevas un gorro de escarcha, te abriga un viento de invierno, la lluvia llora en tu marcha. Entre el amor y tu pecho no puede haber más distancia, niño solo al que cambiaron por sombras la madrugada. ¿En qué noche maldiciente te armarán la cara amarga? ¿Quién fue el que abrazó a tu madre para echarte a andar el alma? Correr y correr las calles bajo el verano que abrasa. El agua es para los otros, también de otros la esperanza. Ay, hijo de corazón hecho para las nevadas: cómo quisiera llenarte de frutos la mesa larga, ponerte el trigo en la boca, darte la leche y la manta y echar mi brazo en tus hombros para dar calor a tu alma. Pero igual que tú yo llevo la vida crucificada: cojo mi pan en la calle y es de piedra mi frazada. Por la tierra ajena vamos como el viento y como el agua, somos hijos de esas sendas que nunca llegan al alba.