Era lungo y delgado como alambre; siempre de traje azul y portafolio; con un pibe mordido por la polio, una mujer histérica y el hambre. Yugaba como un buey y su desgracia, reflejada en el brillo de su traje, la arrastraba al volver del corretaje para dejar la guita en la farmacia. Lo que pasó después fue inesperado. Un domingo a la noche, ya cansado, decidió que espicharan los tres juntos. Le dio manija al gas, cerró con llave... y en la mesa quedó como una clave la boleta del Prode con tres puntos.