Desde el desierto llegó En su azulejo el infiel; Era un pampa de los toldos De pincén o de catriel. Él y el caballo eran uno, Eran uno y no eran dos. Montado en pelo lo guiaba Con el silbido o la voz. Había en su toldo una lanza Que afilaba con esmero; De poco sirve una lanza Contra el fusil ventajero. Sabía curar con palabras, Lo que no puede cualquiera. Sabía los rumbos que llevan A la secreta frontera. De tierra adentro venía Y a tierra adentro volvió; Acaso no contó a nadie Las cosas raras que vio. Nunca había visto una puerta, Esa cosa tan humana Y tan antigua, ni un patio Ni el aljibe y la roldana. No sabía que detrás De las paredes hay piezas Con su catre de tijera, Su banco y otras lindezas. No lo asombró ver su cara Repetida en el espejo; La vio por primera vez En ese primer reflejo. Los dos indios se miraron No cambiaron ni una seña. Uno -¿cuál ?- miraba al otro Como el que sueña que sueña. Tampoco lo asombraría Saberse vencido y muerto; A su historia la llamamos La conquista del desierto.