Entre el bar y la bolera, rondan por la acera, salpicando betún y brillantina En el índice una alhaja, el pelo a navaja, controlando al barrio desde una esquina. Óyeles silbar...parecen estar esperándote vecino, para jugar un mano a mano a los chinos. Son la aristocracia del barrio. Lo mejor de cada casa, tomando el sol en la plaza. Tienen a su madre anciana, virgen a la hermana y en las Ramblas a una que es del asunto. Un padre que murió un día y la filosofía del tapete, el compañero y el punto. Mírenlo jugar... sin pestañear... Nació chulo y sin remedio. Pide con seis y se planta en dos y medio. Son la aristocracia del barrio. Tahúres, supersticiosos, charlatanes y orgullosos. Trafican en transistores, en encendedores, en cosméticos y en bisutería hasta que el cante de un socio les cierre el negocio como poco por seis meses y un día. Igual que se van reaparecerán, hechos un figurín pero, con el color y el perfume del talego. Son la aristocracia del barrio. Tránsfugas independientes mejorando a los presentes. Si les sigue usted los pasos verá más de un caso que en la puerta de un Juzgado de Guardia, que por la hembra y el retaco deja hasta el tabaco y hurga en las demandas de La Vanguardia. Envejecerán horneando pan. Cada quien muere a su modo. Y qué se va a hacer ha de haber gente pa' todo. Y la aristocracia del barrio, sentimentales y buenos, en el bar... le echan de menos.