Esta eterna costumbre de amarte que me llena la sangre con los duros vestigios del dolor, que arremete mi vida como una bestia ciega para encontrar la grieta que da a mi corazón. Esta eterna costumbre que no teme al olvido, que niega cada instante de mi tranquilidad y hace que yo te sienta como un juego perdido que me acerca a las garras de la ancha soledad. Ella me hace que tiemble de oscuridad si tardas y que brille de soles si vuelves a mi pecho, ella hará que mi suerte se haga culpa y castigo, el día en que mi mano no te encuentre en el lecho. Esta eterna costumbre que me anuda al infierno que me ata a lo imposible de una vida de insidias se hundirá en los sargazos de tu ciega inclemencia el día en que me venza tu arrogante perfidia. Esta eterna costumbre es un combate diario, que me ha dado los celos y asimismo el sabor de las cosas hermosas, perdidas y olvidadas y, por cierto, mil signos de tristeza mayor.