Cuando el suburbio dormita, bajo la lluvia o en noche serena, cruza como un alma en pena las tristes calles una viejecita. Anda vagando hasta el alba y en las sombras se suele ocultar, pobre mujer, camina sin cesar llevando a cuestas todo su penar. La gente buena de los barrios bajos, esos humildes que saben su historia, dicen que un día su nietecita, la muy malita, dejó el hogar. Y desde entonces, invierno y verano, a medianoche la vieja, vive con su amarga queja sumida en la soledad. Y así se pierde por los arrabales, hecha una piltrafa humana, porque en su vida tirana no halló más que falsedad. Como un gemido doliente, llena de harapos, cabizbaja y mustia, siempre se le ve silente con todo el peso de su negra angustia. Y maldiciendo la suerte, que en su pecho congojas dejó, llora su fin al ver que ya perdió el dulce amor que de ella se olvidó. Tal vez la nieta malvada y mezquina hoy no se acuerde de su tierna abuela. Sólo sabe que está dormido el pobre nido que abandono.