Una mano amiga es como un río, como un pedazo de pan, como una ceiba del monte. Es como un oasis verde claro, como cristal de colores, como paloma volando. Una mano amiga a fin de viaje, cuando ya todo termina, cuando al minuto siguiente habremos dado el latido, el último de los latidos. Una mano amiga se hace necesaria para comenzar otro camino, ese otro camino interminable. Morir así le da sentido a la sonrisa adolescente. Morir así le fertiliza la canción a los poetas. Morir así levanta un hospital en El Uvero que salvará el latido a un hijo nuevo, al nuevo corazón que nacerá. Morir así abre a la tierra otro surco a la semilla, impulsa el azadón, florece al árbol, endulza más al fruto y lo hace miel. Aquí detrás, detrás de nuestras manos apretadas. Aquí detrás, detrás como le cabe a los cobardes. Aquí detrás, revueltos en su propia repugnancia, sin poder detener el canto, tratan de enmudecernos y nos crece más la voz. Aquí detrás, vencidos, miserables, humillados, sin entender que damos bienvenida a un "hasta siempre", un "hasta siempre", un "hasta siempre" que nos mantiene de pie.