No imaginé, montaña, que algún día tu roca iba a fallarme, la que creí diamante, impenetrable y pura, no imaginé ese día y escalé decidido, sin vértigos, tu altura. No imaginé la dimensión exacta, ni el peso de mi fardo que ingenuamente quise llevar hasta la cima, hasta el sitio más alto, y soltar mis amarras definitivamente. No escatimé ni esfuerzos ni renuncias, ni riesgos ni valores, ni posibles dolores; no pude ver que ingenuamente estaba escalando un escollo de arena movediza, incapaz de fraguarse, de agradecer el paso de este audaz alpinista que abandonó su valle por besar simplemente tu espesa cabellera y fundar en la brisa la más simple caricia. No comprendiste nada, montaña de espejismos, no valoraste el sueño de escalar tu ladera. Te agrietas, te me pierdes, te achicas, te disuelves, y presiento en tu cima que el viento poco a poco va a despeinar tu altura, va a disipar la bruma: descender es el riesgo que corre el alpinista.