Perdido en su laberinto sin este ni oeste, con su bisturí, diseccionándose entero da vueltas y vueltas sin poder salir. Algún viajero de paso le trae la noticia: ella viaja en la luz y nunca pisa la tierra parece preñada de un perro andaluz. Él sigue mordiéndose las uñas como cuando estabas tú, siempre vigilado por un gato que ya está triste y azul. Entre la angustia y la asfixia le dijo muy serio: no te puedo seguir, párame el mundo y me bajo no quiero migajas yo he sido feliz. Ella mirando su ombligo soñó que eso era la rosca sin fin. No hay nada más excitante que vivir fumando sobre un polvorín. Él fue despidiéndose de todos sin decir que se iba a ir, toda la tristeza de sus ojos anunciaba el porvenir. No me encuentro los latidos donde estuvo el corazón no es seguro que esté vivo ni que esté saliendo el sol. Tengo todos los sentidos y no sé si soy quien soy. No hay dos medidas iguales el azul del cielo no se puede medir. No hay dos castigos iguales cualquiera se rompe donde otro es feliz. Cada uno carga sus penas y a veces son buenas como agua en abril. No hay más dolor que el que duele y no se permite poder elegir. Sé que no hay retorno del lugar adonde yo me voy a ir. No he de conformarme con migajas yo, que he sido tan feliz.