Él vino en un barco, de nombre extranjero, lo encontré el puerto un anochecer. Cuando el blanco faro sobre los veleros, su beso de plata dejaba caer. Era hermoso y rubio como la cerveza, el pecho tatuado con un corazón, en su voz amarga, había la tristeza doliente y cansada del acordeón. Y ante dos copas de aguardiente sobre el manchado mostrador, él fue contándome entre dientes la vieja historia de su amor: Mira mi brazo tatuado con este nombre de mujer, es el recuerdo del pasado que nunca más ha de volver. Ella me quiso y me ha olvidado, en cambio, yo, no la olvidé y para siempre voy marcado con este nombre de mujer.