Te sedujo la fantasía de rescatar al truhán. ''El que avisa no es traicionero'' te sugirió, perspicaz. Si se obstina una señorita, no hay galletita por pan que consienta su caprichoso apetito de amor y paz. Se hacía inminente perder el rabón. Y en un revolcón le cantaste maldón. Dos anchos y un siete burlaron su suerte. Sus faltas y un truco te hicieron campeón. Saboreaste el regocijo de esa incipiente incursión. Le sogueabas la sortija, y con ese galardón fuiste instando a los muñequitos de su restringido film a alinearlo con protegerte (fue el principio de tu fin). Perfecto el asedio para un metejón. No es admisible que en tu colección se luzca el pirata con dientes de lata. Notable fue el fruto de tu corrección. Conseguiste una sotana, se la calzaste a Satán. Donde debió haber habido un cementerio, levantaste un carnaval. Hoy, el mundo te reconoce como la niña sagaz que hizo diáfano al más croto que han sabido percatar. Se escucha hoy tu voz en su contestador. Manejas los hilos de su velador. No se vanagloria por la absurda historia del sátrapa astuto, del más seductor... Pero ahí seguís vos... Sin festejos, ni condecoración. Peleando hasta el día que este croto no juegue más cartas de olor a traición y se coma uno por uno los porotos.