Tu voz me sigue sin cesar, se clava como espina, me hiere, me lastima, me mata sin matar... Tu voz, siempre tu voz, cual pálido fantoche, me sigue por las noches y ya no puedo más... Tu voz, que ayer fuera cristal, es un remordimiento que mata sin matar. Dejé en la flor de tus labios un vendaval de zarzas y de ortigas. Te di un rosario de agravios y te cubrí de mentiras. ¡Piedad, piedad por tanto daño! Gritó tu voz, desesperada. Hoy esa voz, en mi clavada, es una ronda infernal. Recién, después que te perdí, al verme tan vencido, tan triste, tan vacío, de pronto comprendí que fuiste todo amor, lo que jamás se olvida, que estabas en mi vida eterna como el sol. Tal vez me puedas perdonar y borres esta angustia que mata sin matar.