Y así fue matando a los cinco cuervos, hasta que pudo verse libre de ellos Fue de esa manera que descubrió que el dolor venía de adentro Hubo una vez un hombre presa del dolor Tanto sufrió, se consumía en el ardor Llevaba tapados los ojos por tanta agonía Y no aclaraba muy bien qué lo consumía Solo podía sentir picotazos Que le hacían el cuerpo pedazos Cinco cuervos le sobrevolaban Cinco cuervos -presumía- le atacaban Al primero mató, resistiéndose a su ofensa Pero nada obtuvo en consecuencia Y el daño y el dolor persistían Poco a poco se lo carcomían Cuatro cuervos le sobrevolaban Quedaban cuatro cuervos que atacaban Al segundo y al tercero aniquiló Y el dolor ni siquiera cesó Peleando quedó con las aves Y se vio libre de cuatro animales Solo un cuervo le sobrevolaba Solo un cuervo, tal vez, le atacaba Quedó muerto el último cuervo Y el dolor persistía en su cuerpo Tal vez los cuervos que creía atacantes No eran más que sus propios semblantes Y fue al fin que entendió los dolores Como efecto de sus propios temores