Nadie diga palabra que llegará un noble militar, un General. Él sabrá cómo hablarles, con el cuidado que trata el caballero a sus lacayos. El General ya llega con mucho boato y muy bien precavido con sus soldados. Las ametralladoras están dispuestas y estratégicamente rodean la escuela. Desde un balcón les habla con dignidad. Esto es lo que les dice el General «Que no sirve de nada tanta comedia. Que dejen de inventar tanta miseria. Que no entienden deberes son ignorantes. Que perturban el orden, que son maleantes. Que están contra el país, que son traidores. Que roban a la patria, que son ladrones. Que han violado a mujeres, que son indignos. Que han matado a soldados, son asesinos. Que es mejor que se vayan sin protestar Que aunque pidan y pidan nada obtendrán. Vayan saliendo entonces de ese lugar, que si no acatan órdenes lo sentirán». Desde la escuela, «El Rucio», obrero ardiente, responde sin vacilar con voz valiente, «Usted, señor General no nos entiende. Seguiremos esperando, así nos cueste. Ya no somos animales, ya no rebaños, levantaremos la mano, el puño en alto. Vamos a dar nuevas fuerzas con nuestro ejemplo Y el futuro lo sabrá, se lo prometo. Y si quiere amenazar aquí estoy yo. Dispárele a este obrero al corazón». El General que lo escucha no ha vacilado, con rabia y gesto altanero le ha disparado, y el primer disparo es orden para matanza y así comienza el infierno con las descargas.