Ya era tarde. El taxi se adueñó de las calles y de mi silencio. El chofer -traidor!- cambió nuestro recorrido por el viaje sin vuelta a la última morada. Yo miro a mi lado a mi padre, pero está borracho; y se le traba la lengua tratando de explicar lo irremediable. Se perdona todo, antes que ser un perdedor. Sus amigos, aterrados, la olvidaron en la estampida. Se arrastraba y en su borrachera se daba cuenta de que era el final y se cagaba de risa. Y yo, mezcla de curiosidad y coraje, le ofrezco esperar abrazados la explosión. Que termine de una puta buena vez con esto de vivir por un lugar a dónde caer.