Un amor de fieltro y de lazo eterno tiende su emboscada para mí. Me mira por fuera y no ve la fiera que está agazapada tras de mí. Huyo para esconderme pues quiere el cielo y yo voy acechando morder la flor. La culpa la tiene mi montón de huesos que no saben gritar para sí y me desesperan porque inspiran siempre más que un cotidiano devenir y diluyen el tiempo aunque yo me muera y son jaulas de oro para mi fiera.