La más bella flor tenía las manos frías y no era de llanto el brillo de sus ojos. Retorcía la punta de una primavera comenzada hace cientos de miles de años. Su pelo gritaba una antigua nostalgia de animal lejano, sus piernas y labios descubrían el fuego. La más bella flor se me quedó mirando, para entonces mis manos fueron alteradas. Se me desbarató un prejuicio entre los dedos y mi beso niño, animal, pidió un beso. Una gran telaraña de hilos dorados se teje sobre la flor para hacerla más bella aún. Quién pudiera verla, desnuda en la cama, colgando del techo un olor a esperanza. Vamos a demostrar que estamos vivos la flor y yo. Haremos que la palabra no necesite venir aquí. Vamos a desenredar algún nudo ausente la flor y yo, con alegría, con un puñal caliente. La más bella flor fue cortada del árbol. Me la puse en un hueco que tengo en el pecho. Le he grabado en el tallo mis dos iniciales. La he juntado a mil flores de fuego y de nieve. Quisiera poder dar más, volverme un injerto aquí, pero un buen jardinero nunca lo hace así. Si mira una sola flor por bella que sea la flor, se lo come la ansiedad de mirar al jardín.