Era un viejo zapatero que vivía en un portal, y era una rubia vecinita muy bonita y muy coqueta, que pasaba sin mirar. La rubia por las mañanas iba camino a su taller, y frente al cuchitril del viejo remendón era como un primer rayo de sol... El pobre viejo tras la vidriera, viviendo alguna lejana ilusión, soñaba al verla pasar por la acera quién sabe qué loca quimera de amor. La rubia un día entró a la bohardilla y el pobrecito tembló de emoción, cuando a pretexto de atarle una hebilla la pierna torneada su mano palpó. Y con sorpresa, ese día, frente a su chiribitil, la gente llena de emoción se detenía para escuchar la melodía de un violín. Era que aquel zapatero, con religiosa devoción su triste soledad lloraba al tierno son de una familiar canción sentimental. Desde esa tarde su canto parece, con su incansable motivo chillón, la monocorde sonata de un grillo en el pentagrama de aquel callejón. Y, según dicen, pensando en la rubia, el pobre viejo, detrás del portal, como a una pierna temblando acaricia la caja del tosco violín fraternal.