Servando Cardoso el nombre y No Calandria el apodo; no lo sabrán olvidar los años, que olvidan todo. No era un científico de esos que usan arma de gatillo; era su gusto jugarse en el baile del cuchillo. Cuántos veces en Montiel lo habrá visto la alborada en brazos de una mujer ya tenida y ya olvidada. El arma de su afición era el facón caronero. Fueron una sola cosa el cristiano y el acero. Bajo el alero de sombra o en el rincón de la parra, las manos que dieron muerte sabían templar la guitarra. Fija la vista en los ojos, era capaz de parar el hachazo más taimado, ¡Feliz quien lo vio pelear! No tan felices aquellos cuyo recuerdo postrero fue la brusca arremetida y la entrada del acero. Siempre la selva y el duelo pecho a pecho y cara a cara, vivió matando y huyendo. Vivió como si soñara. Se cuenta que una mujer fue y lo entregó a la partida; a todos, tarde o temprano, nos va entregando la vida.