Un anochecer cuando el verano abría los ojos por aquellas calles donde tú y yo nos hemos hecho mayores, donde aprendimos a correr, sobre un palmo de arena se alzaba una hoguera por San Juan. Entonces un trozo de madera era un tesoro y con una mesa vieja ya éramos ricos. Por las calles y las plazas íbamos de casa en casa para quemarlo todo aquella noche de San Juan. Éramos cuatro golfillos. No sabíamos gran cosa de las lágrimas que hacen que gire el mundo. Íbamos entrando en la vida. Nunca una mentira nos era necesaria y nada nos quitaba el sueño. Los años me han alejado de mi calle y se han perdido aquellos compañeros de juegos. El bueno y el que estorba como si tal cosa. Parece que todo se haya quemado en el fuego de San Juan. Y ahora, este anochecer otra vez veo a los mozalbetes recogiendo leña por la calle. Corren. Como yo antes corría. Les llamo y me miran como si fuera un gusano extraño y pasajero. Dadme un trozo de madera para quemar o la cogeré de donde pueda, como ayer, como si no hubiera otra. Yo he sido como vosotros. No quiero sentirme viejo esta noche. Que un trozo de madera vuelva a ser un tesoro. Que con una mesa vieja sea rico. Por las calles y las plazas iré de casa en casa para quemarlo todo esta noche de San Juan.