Dame un abrazo mi noble esposa y, al calorcito del dulce hogar, mientras los pibes bailan y ríen añoraremos la mocedad. ¿Te acordás, vieja, de aquella tarde cuando temblando por la emoción y acobardado por tu belleza por vez primer te hablé de amor. Como rojas amapolas tus mejillas vi encender y tus ojos se cerraron como flor de atardecer. De tus labios incitantes un suspiro echó a volar, y el lucero de la tarde nuestras bocas vio juntar. Felices años que en este nido dieron sus frutos de bendición, nuestros hijitos, que ya son hombres buenos y honrados como tú y yo. ¡Cómo han crecido! Ya tienen alas, pronto su nido querrán hacer, y solos, vieja, nos quedaremos... solos y tristes con la vejez. Pero nuevas primaveras han de dar flores de amor y vendrán los nietecitos a curar nuestro dolor; con sus risas y sus cantos nuestra vida alegrarán y después... después mi vieja... nuestros ojos cerrarán.