De tus idas y venidas, yo era el tonto que, a diario, se maltrataba la vida, esclavo de tus horarios. Y, hasta el lucero del alba, quería ser el pagano que vendería su alma por ese cuerpo serrano. Lo más bonito del barrio te mata cuando camina; las guapas no tienen novio, les salen en cada esquina. Quise entrar a ese corrillo de tunantes y sabuesos. ¡Qué peligro, Carmen, uno solo de tus besos! Ni golfo ni caballero, ni tu sultán me veía, y donde otros se rindieron, mira tú, por dónde, un día dejaste la llave puesta y me invitaste, furtivo, a la hora de la siesta aquel verano perdido en que me fui voluntario para treparme a tu boca, noche y día por tus labios, enreda'o entre tu ropa. Ese dulce calorcillo se hizo dueño de mis huesos. ¡Qué peligro, Carmen, uno solo de tus besos! Y fue mi rompecabezas, y mi cabeza un juguete, y, en manos de tu belleza, se fue mi vida al garete. Y se apagó mi farol, y luego vino el desierto y me curé con alcohol la herida de tu recuerdo. Pero por ti correría a ciegas por el alambre, dame de tu brujería que me alborota la sangre. Mi corazón de chiquillo de tu boca sigue preso. ¡Qué peligro, Carmen, uno solo de tus besos!