No llevaré casi nada: satén, madera barata ensamblada a la ligera, puntillas, asas de lata, besos de mi compañera, llantos y una carcajada. No llevaré casi nada. Lo dejaré casi todo: mis canciones agresivas de la forma que yo quiero, vomitadas y escupidas al uniforme rastrero, hasta enterrarlo en el lodo. Lo dejaré casi todo. No llevaré casi nada: sangre fría, piel dormida sin dolor ni sufrimiento, con la mirada perdida en lo oscuro y sempiterno, en mis manos enlazadas. No llevaré casi nada. Lo dejaré casi todo: a los niños la sonrisa, a la noche mis palabras y a los poetas mis prisas; y la muerte más macabra a los buitres y los lobos. Lo dejaré casi todo. No llevaré casi nada; para qué, si estaré muerto de arrugas o de metralla. Sólo el último recuerdo de sábanas o batallas, algún pensamiento cuerdo y mi vida terminada. No llevaré casi nada, lo dejaré casi todo: volveré de cualquier modo a la tierra liberada.