Allá arriba en aquel cerro donde llama el tingo-tingo las gallinas pilan maíz, los perros chupan cachimbo. Yo fui marino que en una isla de una culisa me enamoré y en una noche de mucha brisa en mi falucho me la robé. La garza prisionera no canta cual solía, cantar en el espacio sobre el dormido mar. Su canto entre cadenas es canto de agonía ¿por qué te empeñas, pues, Señor, su canto en prolongar? Por fin vuelvo de nuevo, hogar querido, lejos de ti cuánto fui desdichado, lo que puede sufrir se lo he sufrido, lo que puede llorar se lo he llorado.