Morocho como el barro era Pizarro, señor del arrabal; entraba en los disturbios del suburbio con frío de puñal. Su brazo era ligero al entrevero y oscura era su voz. Derecho como amigo o enemigo no supo de traición. Cargado de romances y de lances la gente lo admiró. Quedó pintado su nombre varón con luz de luna y farol, y palpitando en mañanas lejanas su corazón. Decir Eufemio Pizarro es dibujar, sin querer, con el tizón de un cigarro la extraña gloria con barro y ayer de aquel señor de almacén. Con un vaivén de carro iba Pizarro, perfil de corralón, cruzando con su paso los ocasos del barrio pobretón. La muerte entró derecho por su pecho, buscando el corazón. Pensó que era más fuerte que la muerte y entonces se perdió. Con sombra que se entona en la bordona lo nombra mi canción.