Él no fue ni monitor en piadera ni el más destacado en el volar. Fue tan solo un gorrión cualquiera con la buena suerte de viajar y llegar. Y anidar, anidar en el Comité Central y no en algún tejado en San Miguel. Y no es por presumir, y menos, alardear sandunguero por encima del nivel. Anidar, anidar donde ya les comenté, repetirlo puede resonar así: desafiante; además, la verdad, como ya no anida allí, le da pena que le crean un gorrión importante. Todo bien: su gorriona y él con las sobras de un festín. Se engordaba tanto que, después, para qué empollar. Siempre fiel, al amanecer prestos a revolotear como secretos de Estado nunca desclasificados hubo alguna vez que se sintió. ¡Ay! vanidad, dime: ¿Quién no te vio? Él no fue nunca gorrión de guerra, ave probeta, ni estelar. Fue tan sólo un gorrión cualquiera con la buena suerte de viajar y llegar. Hasta que su gorriona y él decidieron cabalmente procrear pichones en aquel tan buen ambiente. Sucedió que, tiempo después, sus soñados descendientes, egocéntricos, al modo creen merecerlo todo por encima de sus alas, por delante de sus ojos, buscando el más alto alambre. Torpes, vagos, sedentarios, ni muriéndose de hambre picarían pan del barrio. Irreal su vida entera, presos de invisible pajarera. Y él no fue gorrión para una jaula pues la libertad fue su bandera. Como digno miembro de su fauna continuó como un gorrión cualquiera. Y se fue, y se fue de donde les conté, a pasar lo que le queda por vivir entre intrascendentes y tanta buena gente que no tienen donde estar ni donde ir. Y se fue, y se fue para la calle G, donde impera la alegría y la bohemia, a riesgo cada día -como esta melodía- del colimador de un tirapiedras. Del colimador de un tirapiedras. Piedras...