Ya bestia irreflexiva frente al espejo, habitaré la noche de razonables ataúdes y luces-contra-las-cruces con la seguridad de ser, al fin, no-persona, nadie, ninguno... Y como tal volaré, ingrávido, translúcido, murciélago, hasta el lecho en donde tu cuerpo yace y duerme, que es el lecho en donde el mío pace y muerde y renace con la sangre del ánima que -todavía animal- aún te anima.