Por el modo tan raro de hablar presentí la tragedia interior y besando su nuca preciosa, le dije: Celosa, ¿me guardas rencor? Si motivan tu grave inquietud mis sonetos y cantos a Esther, en confianza te juro al oído, Esther eres tú, mi Marisabel. Serás siempre mi reina y señora, no existen Amalia, Susana ni Esther. Mis sonetos inspiras tú sola con nombres distintos, mi Marisabel. Se apartó los cabellos y vi su carita nimbada de luz, palpitante su seno de virgen, me dijo llorosa: Mi vida eres tú. Te idolatro y no quiero pensar que otra inspire tus versos de amor. Y atrayéndome, suave, hacia ella sus labios de seda me ofreció.