Al rancho me encaminaba de a pie por la lisa huella, un ruido de entre las plantas me hizo pegar media vuelta. Y en actitud bien resuelta pelé el cuchillo al evento y como si fuese cuento se puso frente a mi vista la china de mi conquista, la china de mi conquista riéndose del aspaviento. Los pasos me había seguido y, al enfrentarme de golpe, pude observar todo el brillo de sus ojazos grandotes. Sentí una tunda de azotes en medio del espinazo, de entrada le di un abrazo y le estreché la cintura, estaba la noche oscura, estaba la noche oscura lo demás... ya no hace al caso. Veinticuatro horas más tarde nos tropezamos de nuevo, junto a los mismos yuyales la vi buscando en el suelo su moño de terciopelo, en algún surco escondido, y yo que soy advertido también me puse a buscarlo y con el fin de encontrarlo, y con el fin de encontrarlo en las sombras... nos perdimos.