Mentan los que saben que un malevo muy de agallas y de fama bien sentada por el barrio de Palermo cayó un día taconeando prepotente a un bailongo donde había puntos bravos pa'l facón. Lo empezaron a mirar con un aire sobrador pero el mozo, sin chistar, a una puerta se arrimó. Los dejó sobrar. Los dejó decir. Y pa' no pelear tuvo que sufrir. Pero la pebeta más bonita, la que estaba más metida en el alma de los tauras, esa noche con la vista lo incitaba a que saliera a darles dique y a jugarse en un tango su cartel. Se cruzó un gran rencor y otro rencor a la luz de un farolito a querosén y un puñal que parte en dos un corazón porque así lo quiso aquella cruel mujer. Cuentan los que vieron que los guapos culebrearon con sus cuerpos y buscaron afanosos el descuido del contrario y en un claro de la guardia hundió el mozo de Palermo hasta el mango su facón.