Tímida sonrisa que ocultabas tras los pálidos plumones y el marfil de tu abanico... Entre sus varillas me miraban, y jugaban al amor, tus dulces ojos niños... Loco ir y venir de pelucones por los rojos cortinados y a la luz de tus salones... Junto a tus dorados Oropeles de festín, cantaba mi pobreza en el violín... Yo sé que todo aquello solo fue una cadencia de minué, y que el soñar tiene despertar... Mas sé que también no te olvidé. Y en los silencios del esplín, está sonando mi violín, tal vez llamándote... Eres una triste princesita que se muere en un palacio de cristal y malakita... Yo soy un romero sensiblero, que no tiene nada más, que el mundo y sus senderos... Pero, bajo el sol de los caminos, soy el dueño del espacio, con mis sueños peregrinos... Tengo las estrellas y los vientos del confín, que cantan en la voz de mi violín.