Negros barrotes de una cárcel borraban para el mundo la fama de un matón fuerte en agallas y osadía, en las grescas sangrientas a facón; dos costurones cicatrices cruzaban el escracho del matón, testigos mudos de su acción. Venga y escuche, carcelero, que un taita arrabalero su historia va a contar, cuando el acero bien templado manchó de rojo bata de percal. Bailaba, engrupida por el ñato abrojo, y manyé en sus ojos le hablaba de amor; perdí la cabeza, relució la faca, triunfó la destreza y ganó el mejor. Venga y escuche, carcelero, y llévele esta carta que gime mi sentir, que en las penumbras de la cárcel un nuevo sol de amor puede lucir... Diga que siempre la recuerdo, que en medio del dolor de mi prisión, la llevo aquí, en el corazón. Diga a la ingrata que no vivo que una nube de odio mi espíritu cegó, y que la faca del malevo por limpiar una mancha se empañó.