De tanto reclamar la compañía desde mi ventana solitaria le ha nacido a la noche una luciérnaga que dice haber llegado de la luna buscando una ventana iluminada. Me advierte que ha venido no a quedarse, regresa cuando la mañana encienda el más ingenuo de sus resplandores, que nunca yo le niegue mi ventana. Y que tratemos de jugar a ser espuma, a ser mar, a ser brisa, catalejo, que salgamos a mirar los fuegos fatuos y esparzamos por el campo las cenizas de los muertos que muriendo no murieron porque nunca se les fue la mariposa. Me propone además que seamos para siempre los sueños guerreros de los tantos que duermen sonriendo bajo ceibas de abruptos senderos, con las manos deshechas de viaje y que han perdido su fiel equipaje. La luna está llamándola, ya la mañana llega. Ya el sol se hizo reflejos en mi almohada, ya es tarde, demasiado, o muy temprano. Ya tengo fuegos fatuos, tengo espuma, ya tengo catalejos, mariposas, ya tengo el mar y tengo compañera; y estoy seguro que todas las noches vendrá desde la Luna a mi ventana, y sé que jugaremos tanto, tanto, que no cabrá en la vida tanto canto.