Entonces tu tenías diez y ocho primaveras, yo veinte y el tesoro preciado de cantar... En un colegio adusto vivías prisionera y sólo los domingos salías a pasear. Del brazo de la abuela llegabas a la misa, airosa y deslumbrante de gracia juvenil y yo te saludaba con mi mejor sonrisa, que tu correspondías, con además gentil. Voces de bronce llamando a misa de once... ¡Cuantas promesas galanas cantaron graves campanas en las floridas mañanas de mi dorada ilusión! Y eché a rodar por el mundo mi afán de glorias y besos y sólo traigo, al regreso, cansancio en el corazón. No sé si era pecado decirte mis ternuras allí, frente a la imagen divina de Jesús... Lo cierto es que era el mundo sendero de venturas y por aquel sendero tu amor era la luz. Hoy te dirá otro labio la cálida y pausada palabra emocionada, que pide y jura amor, en tanto que mi alma, la enferma desahuciada, solloza en la ventana del sueño evocador. Nostalgias del corazón. ¡Magnolias, menta y cedrón!